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EDITORIAL: El efecto Bukele


“El pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”

Anónimo


Resulta interesante, como la figura de un personaje como el mandatario salvadoreño Nayib Bukele y sus acciones reflejadas en tweets son consumidas cada día por nuestra sociedad. Tomándolo y alabándolo como un ejemplo político para nuestra Costa Rica. Este fenómeno de redes sociales en las que se emiten comentarios positivos sobre los abusos de poder del mandatario bajo la etiqueta de “limpiar la casa” refleja a la sociedad costarricense y latinoamericana en la que nos convertimos.

Una sociedad que ha dejado su responsabilidad ciudadana fiscalizadora en manos de políticos mesiánicos y diputados de turno[1], alabando a políticos extranjeros que irrumpen en los más altos estratos de la cúpula gobernante del país, derogando y creando leyes, de manera intempestiva, comprometiendo públicamente a los funcionarios correspondientes, con una orden girada en Twitter, a cumplir al pie de la letra las instrucciones recibidas y que, hoy más que nunca, amenazan los derechos humanos y civiles de la región centroamericana.

Esta es una tendencia, que si bien esta muy presente en nuestra Costa Rica, también se refleja en toda América Latina; en el que podemos mencionar el caso del presidente brasileño Jair Bolsonaro. Este mandatario mediáticamente polémico por sus declaraciones contra las personas sexualmente diversas, la vacunas COVID, las destituciones de sus ministros y sus reformas estatales. Jair Bolsonaro al igual que Nayib Bukele han utilizado a las poblaciones desinformadas como bastiones para crear consenso con el fin justificar sus excesos de poder bajo el eslogan de mano dura. Deforman la memoria histórica invisibilizando a poblaciones socialmente vulnerables y censuradas.


En esta tendencia, Costa Rica no es la excepción. Contamos con una esfera pública política y socialmente complicada, en la que prima la desinformación mediante los medios de comunicación nacionales dirigidos por las élites económicas costarricenses, quienes nos venden en campaña electoral la idea de “candidatos políticos pulcros y paraísos terrenales” en el que todos nuestros problemas y desigualdades sociales se van a resolver, cuando realmente están lejos de sus intereses y voluntad política. No obstante, nosotros como ciudadanos nos dejamos creer esta mentira disfrazándola como democracia, excepcionalidad costarricense, suiza centroamericana o país sin ejército. Responsabilizamos a los políticos por la situación fiscal, política, cultural, educativa y económica del país, pero no realizamos introspección al emitir estas opiniones y por esto anhelamos mano dura contra ellos.

Sí, tienen una responsabilidad inmediata en el contexto nacional, pero nosotros como ciudadanos también; cuando regateamos los precios en una compra, cuando le pedimos favores a funcionarios municipales, cuando sabemos que excedimos la velocidad y nos molestamos por la multa, incluso cuando nos piden respetar protocolos de lavado de mano, uso de mascarilla y confinamiento. Todas esas acciones que dejamos pasar dejan en evidencia que anhelamos mano dura de una figura política como Nayib Bukele o Jair Bolsonaro, porque no queremos tomar responsabilidad sobre nuestras propias acciones como ciudadanos y el ejercicio de nuestros derechos.

Criminalizamos las expresiones de protesta social porque nos resultan molestas, pero no tomamos ningún tipo de acción cuando es necesario defender nuestros derechos, nuestro pensamiento y nuestra patria. Ante tal escenario, tomando en cuenta esta idea popular del “mandatario estrella” aunado a nuestra ya conocida ley del esfuerzo mínimo, el “efecto Bukele” ya es más que entendible y no es de extrañar que nos llame poderosamente la atención el vecino cuscatleco que puede tener recibos de electricidad, cuotas bancarias gratis y además, un reporte al instante en redes sociales de políticos corruptos que son removidos de sus puestos, al alcance de un voto.


En otras palabras, buscamos de forma clandestina algún beneficio extra, pero mandamos al escarnio popular al que se le destapan esas intenciones, principalmente si es político o funcionario público y esa disonancia nos hunde en un circulo vicioso al esperar que un líder haga por el pueblo lo que ni siquiera un individuo es capaz de hacer por el mismo.

No es que dar ayudas a los necesitados sea malo, para nada, ni que el rendir cuentas al pueblo que ha llevado al poder a un mandatario sea de extrañar, pero es un tema de cuidado porque la línea entre un “mesías” de estas características y el inicio de un gobierno que concentra el poder poco a poco congraciándose con esa “ley del esfuerzo mínimo” es muy fina y peligrosa.


Nuestros abuelos decían “no todo lo que brilla, es oro” por eso debemos hacer introspección en nuestro contexto nacional y reflexionar sobre la Costa Rica que queremos para nuestras generaciones, para romper con este círculo vicioso y no condenarnos a repetir nuevamente la historia.

[1] Basta ver los porcentajes de abstencionismo en elección de presidente, diputados y elecciones municipales.

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