Setiembre de 1996, Hacienda Sigg.
A las cuatro de la mañana del treinta los filibusteros irrumpieron por entre la maleza, amenazando la soberanía del pueblo, forzando los errajes de los grandes portones de madera, testigos centenarios de la tranquilidad angeleña. Beto Chavarría abrió los ojos al escuchar el sonido de las latas contrastar con el canto de gallo. _ Flor del Carmen, ¡vení ve! _ ¡ Qué es eso!, ¡mirá!, para que son ese montón de chinamos? _ ¡Quién sabe!, ¡pero está raro eso! A las ocho de la mañana ya un grupo de vecinos había intentado espiar a los invasores entrando por la rivera del rio, por el lado de Las Quebradas. A medio día en el escaño de La Reina, a la entrada de Gallos Mansos, los pobladores, sintiéndose amenazados organizaron su primera junta, para comunicar lo visto durante la ronda a la hacienda: _ ¡Son un montón! Como quinientos cabrones!, dijo Eladio Barquero. Le escuchaban poco más de la treintena de vecinos. _ ¡Pero ahí si estamos jodidos!, Afirmo Trino Rodríguez, ¿Que clase de gente se mete así a la fuerza y hasta con chiquillos y viejos? Desde adentro se escuchó la voz de Don Ademar Barrantes _ ¡Ayer salió en el periódico que la Hacienda la allanaron, tienen que ser precaristas, aquí que ni se arrimen porque ni una libra de sal les voy a vender! Los pobladores preocupados empezaron a agruparse en los alrededores de la Hacienda Sigg, desde la casa de don Manuel Oviedo hasta el frente de donde Lalo Bolaños mientras atónitos observaban que de vez en cuando entraban más invasores, a veces en grupos, solos o en parejas. Al anochecer se escuchaban en el portón principal las negociaciones entre el Capitán Gilberto Alfaro, el líder invasor Jorge Alvarado y los gritos enardecidos de los vecinos indignados encabezados por Eladio Barquero y Beto Chavarría: _ ¡Jalen de aquí, ustedes lo que van a provocar es una batalla! Afirmaba Eladio, mientras sus arterias exaltadas le abrazaban el cuello. _ ¡Solo queremos casa!, dijo el líder invasor, ¡Vengan ustedes también y escojan un lotecito!
Esas palabras provocaron el enojo de Eladio, en ese momento tomo el cuchillo de su cubierta de cuero y amenazante les dijo: _ ¡Sinvergüenzas!, ¡aprendan a ganarse las cosas! Su furia hizo intervenir al Capitán Alfaro: _ ¡Tranquilos señores, vamos a hablar hasta llegar a un acuerdo! El sol se puso en Los Angeles con la custodia de los portones de la hacienda por parte de los vecinos hasta el amanecer del primero de octubre, los ánimos estaban encendidos, solo era cuestión de tiempo. A medio día el Capitán Alfaro informó a los vecinos que era imposible la intervención de la autoridad para desalojar a los invasores, no se podía hacer ingreso debido a que había sido imposible contar con el aval de Jose Luis López, lo que propició una reunión clandestina en uno de los pollos de la plaza: _ ¡Mediante el desalojo es imposible!, fueron las palabras de Juan Félix Fonseca, ¡No se que podemos hacer! _ ¡Un zafarrancho!, si, si, si, eso es. ¡Un pleito!, dijo Beto Chavarría. _ ¿Como un pleito?, no ves como esta todo y ¿encima un pleito? _ ¡No hombre!, dijo Beto, la guardia tiene que intervenir por alguna razón, si no han podido notificar y eso les impide desalojar entonces si se forma un pleito, sea adentro o afuera, ahí si hay motivo para el ingreso de la autoridad. El plan estaba fraguado, solo se necesitaba el momento idóneo para defender la soberanía del pueblo. La noche del primero de octubre y el día dos los vecinos custodiaron la Hacienda Sigg, junto a la guardia, y empezaron a amotinarse frente a la entrada principal de la finca y desde el otro lado de la calle, frente a la casa de Don Carlos Villalobos, mientras los representantes de los vecinos, los invasores y las autoridades trataban de llegar al desalojo por medio de la razón. Todo intento de diálogo quedó atrás cuando, en ese preciso instante, un grupo de al menos diez invasores más intentó ingresar a la Finca por la fuerza, a bordo de un viejo vehículo, ahí empezó el caos. Los invasores fueron bajados a punta de piedras y palos, los portones fueron abiertos y empezó una batalla campal, nunca antes vista en Los Angeles. Desde la hacienda volaban bombas de fabricación casera que cruzaban la calle hasta el otro lado, la gente se refugiaba en casa de Carlos Villalobos mientras un grupo de valientes combatientes ingreso a la hacienda por el frente y dos grupos de vecinos más hacían ingreso por la finca de Lelo Zamora y por la finca de Los Sánchez quemando ranchos y avanzando hacia el frente. La guerra ya era demencial, en ese momento la guardia ya tenía motivo suficiente para intervenir pero fueron víctimas del miedo ante el dantesco espectáculo. En medio de los balazos, piedras y fuego Jorge Alvarado, el líder precarista, salió a pedir que cesaran la arremetida de la muchedumbre enardecida y pidió la escolta policial para poder sacar a las doscientas familias procedentes de La Lucía de Heredia. La noche del dos de octubre de 1996 será recordada en la historia reciente como la victoria del pueblo unido en defensa de la soberanía de todos los pobladores de Los Angeles. La prensa escrita tituló al día siguiente “Los invasores de la Hacienda Sigg fueron desalojados por los valientes vecinos de Los Angeles que escoltando el abandono de los precaristas entonaron el Himno Nacional como señal de victoria al defender la soberanía de su pueblo”.
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