La leyenda de El Cantoral.
- Redacción El Distrito 7
- hace 2 días
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Actualizado: hace 2 horas
Cuentan los más viejos de Tures que, a finales de la década de 1950, cuando los cafetales cubrían las lomas y la fe marcaba el ritmo de los días, sucedió un evento que alcanza más realce cuando se acerca la Semana Santa.
Vivía en el pueblo un hombre respetado y conocido por todos: Melchor Villalobos, era trabajador y su voz era fuerte y resonante. Una noche,

Melchor tuvo un sueño tan vívido que, al despertar, supo que no era obra de su imaginación. Se le había aparecido la misma Virgen de los Ángeles, "La Negrita", pidiéndole con voz serena que le construyeran un templo para el pueblo. En el sueño, la Virgen no dejó lugar a dudas; señaló un terreno específico, uno que pertenecía a Damián Bolaños, un terrateniente al que todos en Tures conocían como Damian “Piña”.
A la mañana siguiente, con la revelación aún fresca en su memoria, Melchor buscó entre sus cosas una pequeña medallita de la Virgen de los Ángeles que guardaba con celo. Salió de su casa y se dirigió directamente al terreno de Damián. Buscó un mojón de la cerca de púas, en el punto exacto que había visto en su sueño, y amarró allí la medalla.
A lo lejos, Damian lo observaba. Intrigado por la acción de su vecino, se acercó y le preguntó:
—¿Como vas, Melchor?,¿Qué estás poniendo en la cerca?
Melchor, con la solemnidad del momento, le contó el sueño al detalle. Le explicó la petición de la Virgen y le dijo que ponía esa medalla como señal de que aquel era el sitio escogido. Damián escuchó la historia con una media sonrisa, algo escéptico.
Apenas Melchor se dio la vuelta y se marchó, Damian se acercó al mojón. Desató la medalla, la miró un segundo y, encogiéndose de hombros, se la guardó en el bolsillo de su pantalón.
Los días pasaron. Una mañana, Damián caminaba junto al río que bordeaba una de sus propiedades. Iba saltando con cuidado sobre las piedras cuando, al sacar la mano del bolsillo, la medallita se deslizó de entre sus dedos. Vio cómo la pequeña pieza de metal brillaba un instante antes de hundirse en una poza profunda. Por más que Damián la buscó, metiendo los brazos en el agua fría y revolviendo el fondo, fue imposible recuperarla. La corriente y la profundidad se la habían tragado.

Poco después, empezó la Semana Santa. El Viernes Santo, Tures estaba sumido en el silencio solemne de la Pasión. Exactamente a las tres de la tarde, la hora de la muerte del Señor, Damián estaba en su casa. De pronto, un sonido rompió la quietud.
Eran cantos. Voces suaves, muy finas, celestiales; un coro que no parecía de este mundo.
Intrigado y con un escalofrío inexplicable, Damián salió de su casa. Siguió el sonido, que parecía adentrarse en el cafetal. El canto celestial lo guió entre los callejones, con la música haciéndose más clara a cada paso. El sonido lo llevó hasta la orilla del río, y se detuvo justo sobre la poza donde dias atrás había dejado caer la medalla.
En ese instante, bajo el cielo plomizo del Viernes Santo, Damián “Piña” comprendió. Aquel "cantoral" era un mensaje divino. Era la Virgen recordándole, con música de ángeles, la revelación del sueño de Melchor. Entendió que debía cumplir la promesa y

construir el templo en el lugar donde Melchor había puesto la señal.
Desde ese día, la leyenda vive en Tures. Se dice que cada Viernes Santo, en los cafetales y las haciendas, cuando el reloj marca las tres de la tarde, el viento trae consigo el eco de ese canto. Es el cantoral de los ángeles, que parece tomar siempre el mismo rumbo: hacia la poza del río, donde, en el fondo, permanece la medalla de la Virgen de los Ángeles.
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